La Unión Europea prohíbe llamar «hamburguesas» a las hamburguesas vegetales

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Hamburguesa vegetal de la marca Linda McCartney

La Unión Europea no deja de sorprendernos. Ya en el año 2017 aprobó la prohibición de denominar leche, queso y yogur a los que se fabrican a partir de bebidas vegetales, por lo que esta nueva decisión se veía venir:

El comité de Agricultura del Parlamento Europeo ha votado a favor de la prohibición de llamar hamburguesasfiletessalchichas y escalopes a aquellos productos que no estén hechos a base de carne.

Esta decisión implica que ya no se podrán comercializar hamburguesas vegetales, salchichas de tofu ni tampoco filetes de soja usando dichas denominaciones en las etiquetas de los envases.

¿Quieren acaso evitar que la gente los pruebe y que descubran que les gusta?

Algunas organizaciones como Birdlife y Greenpeace, así como algunos eurodiputados, sospechan que dichas decisiones pueden haber estado mediatizadas por la influencia de las industrias cárnicas, de cuyo poder no debemos dudar en ningún momento. Por su parte, la eurodiputada Molly Scott del Grupo de Verdes/ Alianza Libre Europea declaró en The Guardian que esta medida se debe al «pánico» que la industria cárnica siente debido al descenso del consumo de carne, especialmente entre las personas jóvenes. Éric Andrieu, eurodiputado del Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, encargado de revisar la propuesta, lo niega absolutamente todo alegando que nada tiene que ver con la industria cárnica, sino que la decisión se debe al sentido común y solo pretende ayudar: «(los consumidores) necesitan saber lo que están comiendo».

Para el caso de las hamburguesas, proponen usar el nombre de “discos vegetarianos”. Sin embargo, la palabra «disco» también tiene otros significados, y ninguno está relacionado con la comida, ¿no es esto acaso aún más confuso para las personas consumidoras y quizás más incoherente? ¿No basta con llamar, como se viene haciendo, «hamburguesas vegetales» a las que no son de carne?

El hecho es que la medida carece de fundamento, ya que siempre que las hamburguesas y salchichas son vegetarianas o veganas, ello se indica de forma muy clara en el envase, no hace falta fijarse demasiado para verlo. Además, suelen estar situadas, en las grandes superficies, en lugares reservados para comida ecológica, biológica o vegetariana. Es imposible confundirse y, queriendo comprar carne, llevarse un producto vegetariano sin darse cuenta.

Más allá de los motivos que se esconden detrás de esta polémica decisión, está el hecho de que la Unión Europea no tiene ni el poder ni las competencias necesarias para decidir cómo llamamos a lo que nos comemos ni a otros objetos de nuestra vida diaria. De hecho, palabras como «coche«, que antiguamente hacían referencia al vehículo tirado por caballos, también han evolucionado sin que esto suponga un problema, de manera que actualmente hacen referencia a una realidad radicalmente distinta;  el vehículo de cuatro ruedas que vemos cada día por las calles de nuestras ciudades.

Desde un punto de vista social, las personas veganas y vegetarianas llevan mucho tiempo llamando así a las hamburguesas que consumen, debido a que este alimento está presente y normalizado en nuestra cultura a nivel mundial. Además de esto, es evidente que muchas burguers vegetales se parecen a las tradicionales, tanto en su forma y color, como en sabor. Aunque algunas, como las de frutos secos o lentejas, no buscan parecerse a las hamburguesas tradicionales, otras marcas como Fry’s family y las famosas Linda McCartney o las Beyond meat, se han especializado precisamente en eso, crear productos que imitan a la perfección su sabor: nadie que los haya probado sería capaz de distinguirlos de los hechos a base de carne de pollo o ternera.

Desde el punto de vista lingüístico, las personas usamos nuestra lengua libremente, y a medida que hablamos, la vamos construyendo, moldeando y cambiando. A su vez la lengua, en tanto que sirve de soporte a nuestro pensamiento, construye la realidad, es decir, lo que somos capaces de ver y sentir. La industria cárnica es muy consciente de esto, al igual que otros colectivos o grupos interesados en cumplir con sus objetivos económicos, que pretenden evitar que la sociedad avance haciendo que la lengua permanezca arcaica.




A lo largo de la historia ha habido intentos como este, pero todos han resultado infructuosos: sobre el matrimonio homosexual se debatía en el año 2005 en España: «que hagan lo que quieran, pero que no lo llamen matrimonio«. He ahí el poder de la palabra, todo aquello que se nombra, «existe», haciéndose visible. De hecho, la propia palabra «homosexual«, que actualmente se considera la más neutra, menos ofensiva y por tanto la políticamente correcta, en su día significó una condición patológica, sinónimo de desviado/a sexual e insultos similares. El propio insulto y la mentira, siendo «solo palabras» pueden asimismo llegar a herir profundamente, igual que lo haría un cuchillo.

Un debate lingüístico semejante se vive en torno al llamado masculino genérico, esto es, el hecho de que palabras como «hombre» tengan el mágico poder de aludir tanto a hombres como a mujeres. Cuando leemos que «el hombre llegó a la luna en el año 1969» nos preguntamos si realmente las mujeres han llegado. «Sí, claro«, diréis, pero efectivamente Neil Armstrong era un hombre, al igual que su compañero Aldrin.

El problema en este sentido es que las mujeres no siempre han estado incluidas donde ahora se presupone su presencia: no siempre ha habido diputadas en el llamado Congreso de los diputados, y por ello se le llamó de esta manera, y aunque quizás siempre ha habido médicas, nunca se les reconoció el ejercicio de tal profesión, especialmente esa profesión implicaba un alto status.

Hamburguesas veganas de la marca Fry’s Family

Mercedes Bengoechea, sociolingüista feminista española, catedrática en Filología Inglesa y referente de la defensa del uso del lenguaje no sexista desde una fundamentación académica, cuenta el caso que tuvo lugar en el año 1995, cuando las mujeres que realizaban labores de peonas cobraban como aprendizas, ya que la palabra «peona» no estaba recogida en en Diccionario de la Real Academia. Sin embargo, desde antiguo existen amas de casa, secretarias y enfermeras, sin que se dude de la conveniencia de su uso en femenino por su bajo estatus social y económico. Incluso actualmente, no es difícil encontrar en los hospitales, carteles en donde todavía se puede leer «la enfermera saldrá a llamar a los pacientes«, en lugar del masculino «enfermeros«. Esto demuestra que el debate traspasa los límites de la Lingüística, llegando hasta el plano de lo social.

Yadira Calvo, escritora licenciada en Literatura y Ciencias del Lenguaje, nos habla en su libro «De mujeres, palabras y alfileres» de un tema parecido: las palabras «persona» o «gente» no siempre han incluido a todos los seres humanos. Aunque nos parezca una obviedad, es un hecho que, en algún momento de la historia la comunidad negra, las personas discapacitadas, las mujeres y los esclavos no eran considerados personas, y por lo tanto no se les aplicaban las mismas leyes, esto quiere decir que no gozaban de las mismas libertades: he aquí la clave de todo. Restringiendo la lengua, ponemos en juego una estrategia de poder que restringe nuestra libertad de movimiento y de acción.

 

¿Realmente las palabras tienen tantísimo poder?

 

Este poder se hace patente sobre todo en el famoso caso de los marsupiales en Australia, donde la desaparición de los vocablos originales que les daba nombre, provocó que se les llamase a todos ratas, y al arrastrar estas la fama fatal de que contagian enfermedades, se produjo una catástrofe ecológica: las personas mataban a los marsupiales de forma indiscriminada porque no veían la diferencia entre estos y las ratas. Sin embargo, recientemente, los nombres originales de dichas especies han empezado a recuperarse, lo que ha provocado que la matanza termine y que por tanto las especies puedan prevalecer.




 

Este hecho hace evidente, quizás más que ningún otro, que la palabra tiene una importancia vital, porque la lengua nos hace ver a través de sus ojos. Las lenguas son, por así decirlo, el filtro de nuestra realidad cognitiva, la mirada a través de la que percibimos el mundo que nos rodea. Parece que esto es precisamente lo que quieren evitar, que soñemos con un mundo en donde las hamburguesas vegetales sean simplemente hamburguesas; un mundo donde las de carne sean la desviación y no la norma.